lunes, 6 de octubre de 2014

El Ser Responsable

     Vivimos en un mundo en el que se ha vuelto “normal” sufrir. Es decir, nadie se asombra por el hecho de que continuamente estemos sufriendo. En esta vida, es “normal” esforzarse y sacrificarse por alcanzar aquello que deseamos, aquello que creemos necesitamos. Es decir, aquello que nos complete y nos haga sentir plenos y felices. Y por tanto, es normal sentirse frustrado cuando no alcanzamos dichas metas; entonces sufrimos. Se genera así un conflicto interno, al sentirnos vacíos por no haber logrado aquello que creemos necesitar para estar completos. También, en este mundo, es “normal” experimentar conflicto cuando alguien no actúa en la forma en que nosotros esperamos; o sentirse atacado cuando alguien emite una opinión acerca nuestro, y ésta no cumple con nuestra expectativa. Siguiendo esta línea, lo “normal” es también necesitar el afecto y amor de otras personas para experimentar sensación de bienestar en nuestro interior; pero si esa persona nos retira su demostración de cariño, nos sentiremos decepcionados, tristes, angustiados, deprimidos, solos, abandonados, etc.; y esto es lo “normal” en este mundo, porque ¿Quién no ha sufrido acaso en esta vida?
     Esta cadena constante de búsquedas, encuentros, pérdidas, fracasos y frustraciones, es lo que se entiende como “normal” en esta vida, y es lo que nos mantiene presos del dolor, del sufrimiento y, por supuesto, del miedo; el cual es el factor esencial y sustento base de este modo de percibir el mundo, la vida y las relaciones. Pero bien, ¿Qué sucedería si dijera aquí que todo esto es una anomalía?
     Lo que pretendo decir es que, desde mi punto de vista basado en mi propia experiencia personal, esa perspectiva de la vida es simplemente una “forma de verla”. Es decir, es el resultado de nuestra propia identificación con un sistema de pensamiento. A dicho sistema se lo ha denominado como mente programada, sistema de pensamiento del ego, visión dualista del mundo. Pero bien, lo que me gustaría aclarar es que dicha identificación con ese sistema de pensamiento es simplemente una opción. Nadie nunca nos dijo eso, nadie nos lo aclaró; pero basado en mi propia experiencia personal, puedo decir que efectivamente es nada más que una opción.
     Ahora bien, si es una opción, entonces ¿Qué otra opción hay? Existe lo que se ha denominado como Mente Recta, Mente sin Programar, Mente del Espíritu Santo. Mas allá del nombre con el que se la defina, esta opción es, según mi propio aprendizaje basado en mi experiencia, nada más ni nada menos que hacerse responsable de uno mismo. Y no estoy hablando aquí de hacernos responsables de nuestra independencia económica, sino de hacerse responsable de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, de nuestra forma de percibir e interpretar el mundo exterior; dicho de otra manera, hacerse responsable de mi propia paz interior y felicidad. Esto implica dejar de lado el victimismo, de manera que la pregunta aquí sería ¿estás realmente dispuesto a dejar de jugar al papel de víctima del mundo? Esto significa dejar de echarle la culpa de lo que nos sucede y de cómo nos sentimos al resto de las personas, al resto del mundo, a lo que nos rodea. Si puedes ser sincero contigo mismo, podrás ver que nos pasamos la vida sufriendo o gozando según lo que suceda o deje de suceder en nuestro entorno, según como actúen o dejen de actuar las personas que nos rodean.
     Lo que pretendo exponer es que nos sentimos bien, felices y completos, siempre y cuando nuestros padres, hijos, amigos, pareja, etc. nos quieran y nos hagan sentir especiales y completos. Del mismo modo, si alguna de estas personas nos retira el afecto, nos sentiremos vacíos, incompletos, defraudados y entonces sufriremos. Aun así, mientras estamos en una etapa que consideramos de felicidad, con amigos, pareja, trabajo, estabilidad económica, etc.; aun en ese contexto, nos encontramos sufriendo constantemente, de manera inconsciente, debido al miedo que experimentamos de perder algo de todo eso que hemos conseguido y que nos hace sentir tan especiales y dichosos.
     Pero bien, suponiendo que se ha entendido hasta aquí la perspectiva de la situación, planteo lo siguiente: comenzar a hacerse responsable del propio bienestar; lo que implica reconocer nuestro propio poder interno.
     Veamos entonces; cuando estas con esa persona que te hace sentir completo, esa persona que te hace experimentar emociones intensas que se traducen en amor y felicidad. ¿Dónde experimentas dicha emoción? Muy probablemente sea en tu interior, tal vez en tu pecho cuando sientes que vibra y late de felicidad. Pues bien, si experimentas esa emoción en tu interior, significa que es ahí mismo, en tu interior, donde radica dicha emoción; puesto que si ese sentimiento estuviese situado fuera de ti mismo, jamás nunca podrías experimentarlo. Lo mismo sucede cuando alguien actúa de forma que tu no compartes, y al percibir eso como un ataque, te sientes ofendido, defraudado, insultado, etc. ¿Dónde experimentas esa emoción? ¿En tu interior? Bien, entonces ahí mismo es donde está situado ese sentimiento, y no ahí afuera. Reconocer esto, es el punto clave para comenzar a hacerte responsable de ti mismo.
     Ahora bien, ¿Qué sucede cuando un recuerdo te hace sentir “bien” o “mal”? Si puedes ser honesto contigo mismo, verás que ese recuerdo es ni más ni menos que un pensamiento. Y es justamente ese pensamiento el que te produce la misma emoción que experimentaste cuando dicho recuerdo tuvo lugar en tu presente. He aquí otra clave en este proceso de camino hacia tu Libertad; el instante presente. Si lo analizas, notarás que toda tu vida sucede en el instante presente, eternamente. No tenemos más nada que este instante, aquí y ahora, y todo lo tenemos en este preciso instante presente. Esto significa que todo recuerdo, así como toda proyección futura, no es más que un pensamiento que tiene lugar en tu mente en el instante presente. Y como dije anteriormente, dichos pensamientos producen sensación y emociones que percibimos como “reales”.
     ¿De dónde proceden entonces esos pensamientos? Proceden del mismo lugar en el que se encuentran, tu propia mente; y al proceder de tu propia mente, esto implica que eres tú el hacedor de dichos pensamientos, y por tanto tienes el poder de decidir qué pensamientos crear, y consecuentemente, qué emociones experimentar. Cabe aclarar aquí que, en este mundo dualista, siempre habrá sucesos externos que nos afecten de alguna u otra manera, y experimentaremos así diferentes emociones, lo cual es un proceso lógico y natural de este mundo de ilusiones; pero radica en ti mismo el poder de decisión acerca de cómo vas a interpretar dichos acontecimientos del mundo exterior, y por tanto cómo afectarán o no a tus pensamientos.

     En resumen, el mundo que te rodea es como es. La humanidad lleva siglos pretendiendo cambiarlo. Mi experiencia me dice que, si quiero vivir en Paz, y este es el deseo de todas las personas del mundo aunque algunas no lo sepan, es menester aceptar el mundo tal cual es; y aceptar significa Amar, lo cual es nuestra función en esta vida. Así es que cuando aceptas el mundo tal y como es, reconoces que no tiene poder sobre ti mismo, ya que como dejé en claro anteriormente, ese poder radica en tu interior. Así que ¿hasta cuándo vas a entregarle el poder sobre tu estado emocional al mundo? ¿Hasta cuándo vas a ser víctima de él? ¿Hasta cuándo seguirás haciendo responsables de tu sufrimiento, así como de tu felicidad, a las personas que te rodean? Tarde o temprano te llegará el turno de Ser Responsable, y comenzarás entonces a experimentar la Absoluta Paz Interna, la Dicha Inquebrantable, el Amor Puro, la Abundancia Infinita. En otras palabras, comenzarás entonces a Vivir en Libertad al haber reconocido la Esencia de tu Ser.

jueves, 4 de septiembre de 2014

La Culpabilidad



     Lo primero que hay que dejar en claro al abordar este tema, es que el sentimiento de culpa es una señal de que estas viviendo en el pasado. Y lo segundo a tener en cuenta, es que sentirse culpable te paraliza por completo.
     Ahora bien, supongamos que te sientes muy disgustado y apenado por lo sucedido durante el Holocausto. Ahora te pregunto, sentirse mal por ese hecho, modifica en forma alguna los resultados provocados en ese entonces? Seguramente me responderás que no, que eso forma parte de la historia y que no se puede modificar el resultado. Pues bien, permíteme decirte que lo que te sucedió esta mañana, es tan historia como el Holocausto. Es decir, es algo que ya sucedió, que pertenece al pasado, y que por tanto es en tu mente en el único lugar donde lo conservas.
     Cuando te sientes culpable por algo, no sólo te estás haciendo daño a ti mismo, sino que sientes tanto miedo que te quedas completamente paralizado, y no eres capaz de modificar el presente para que aquello no vuelva a tener lugar. De hecho, estás haciendo todo lo contrario. Como dije anteriormente, cuando experimentas sentimientos de culpabilidad, estás viviendo en el pasado, lo estas reafirmando, y por ende estás haciendo que eso vuelva a repetirse en el futuro. Porque “así como piensas, así serás”; y si te encuentras pensando y sintiendo la culpa que te genera algo que ya ha ocurrido, lo que estás haciendo es etiquetarte a ti mismo como culpable, y es eso mismo lo que estas proyectando en tu presente, y como consecuencia, es lo que estarás atrayendo en tu futuro. Y así es como luego dices “que mala suerte, siempre me ocurren las mismas cosas”. Pero no es mala suerte, ni buena, ya que la suerte de por sí no existe. Lo que sucede es que vives en el pasado, y por ende, tu pasado es lo que continuamente se está manifestando en tu vida.
     La culpa te ciega, porque es una emoción que trabaja desde el miedo, y por tanto no te permite ver mas allá; al punto que cuando no te sientes culpable tú mismo, depositas esa culpa en otro. Entonces juzgas y criticas a tu hermano por considerarlo culpable. Pero deberías tener presente que si ves la culpabilidad en tu hermano, estas reconociendo esa misma culpa en ti mismo, y por consiguiente, la estás reafirmando. Porque lo que ves en otros, es simplemente el reflejo de lo que se encuentra en tu interior.
     ¿Cómo puedes, entonces, ver la culpabilidad en tu hermano? Aunque él se haya comportado de forma que tú no compartes, lo que haya hecho forma parte del pasado, al igual que el Holocausto y lo que te ocurrió esta mañana. Y como ya dije, el pasado es historia, por tanto, cuando juzgas a tu hermano por su accionar en el pasado, te estás negando a ti mismo la posibilidad de verlo tal cual es en el presente. Es decir, no estás viendo a tu hermano aquí y ahora, sino que estas percibiéndolo según su historia; y esa historia está sujeta a los preconceptos que tú mismo has impuesto en tu mente, basándote en los filtros del pensamiento del ego. De esta manera, no te estás permitiendo verlo como el Santo Hijo de Dios que él es, y por tanto, tampoco estas reconociendo esa cualidad en ti mismo. Al no reconocer esto, lo que estás haciendo es reafirmar tu sentido de carencia, y por ende, estas permaneciendo en la oscuridad. Y desde ese lugar, lo único que puedes hacer es buscar la fuente de la culpabilidad en algo externo a ti.
     Así es como entonces, la culpa de tus problemas financieros los tiene el Estado o la economía, la culpa de que tu matrimonio no vaya bien la tiene tu pareja, la culpa de que tu trabajo no te haga feliz la tiene tu jefe, e incluso la culpa de tus enfermedades la tiene Dios. Pues bien, debes comprender que Dios no sabe lo que es la culpa; Él tan solo sabe de responsabilidades, y puesto que tú estás hecho a imagen y semejanza de tu Padre, tú y solo tú, eres el responsable de todo cuanto sucede en tu vida. Tienes que entender, entonces, que tu realidad actual no es más que el desenlace de todas las decisiones que has tomado a lo largo de toda tu vida.
     Por consiguiente, debes dejar de buscar la fuente de la culpabilidad fuera de ti mismo, y debes empezar a mirar dentro tuyo, porque es ahí donde se encuentra la clave de tu propia responsabilidad. Recuerda que, como dijo Facundo Cabral, “Dios te puso un ser humano a cargo, y ese eres tú”; por tanto, deja de echarles la culpa a los demás, y comienza a hacerte responsable de ti mismo.
     Porque, mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, independientemente de lo que haya hecho, seguirás en la oscuridad. Entonces no estarás buscando dentro de ti, y es ahí donde está la luz.
     Por eso, cuando mires en tu interior y reconozcas la luz radiante, comenzarás a librera a otros de la culpabilidad, y de esa manera te liberarás a ti mismo.

sábado, 26 de julio de 2014

¿Quién es el sordo?

    ¡Ay Facundo, no cantes más por favor! ¿No te escuchas vos? ¿O sos sordo? Cuántas veces oí frases como esta, y tantas veces más las voy a escuchar..
     Porque claro, la afinación vocal no es uno de mis dotes más preciados, eso cualquiera que me haya escuchado hablar siquiera, puede dar fe. Pero bueno, al parecer Dios no me  concedió el don del canto, pero sí que heredé el goce por cantar; porque ah, cuando canto, que placer!   Cuánta energía emanada, cuanta renovada.. qué libertad!
     Pero ¿y los pobres que tienen que escucharme? ¿Quién se apiada de ellos? Pues ellos mismos. Porque podrán tildarme aquí de egoísta, pero yo me preocupo por mí mismo, antes que todo; y canto porque me da placer y que perdonen aquellos que me han de soportar. Porque, ¿Qué sería de nosotros si tan solo hiciéramos aquellas cosas para las cuales estuviéramos altamente calificados? O mejor dicho, si tan solo hiciéramos aquellas cosas que los demás nos dijeron que podíamos hacer porque lo hacemos como la sociedad dice que se debe de hacer, porque es lo “normal”, es de la forma en que “está bien hecho”.
     Si hiciéramos una lista de las actividades diarias que realizamos, y nos pusiéramos a rescatar de dicha lista tan sólo aquellas que desempeñásemos a la perfección, tal y cual coincide la sociedad que “se debe de hacer”… Si fuésemos objetivos, veríamos que muy pocas, por no decir casi ninguna de estas actividades, son rescatables. Pero realizamos todas las tareas igualmente, porque nos gusta hacerlas, y porque las hacemos de la forma en que mejor nos sale, y listo.
     De modo que igualmente vamos a jugar al futbol con amigos, aunque no seamos Maradona; y también estudiamos en la universidad, aunque no seamos Einstein. Tenemos hijos aunque nadie nos haya enseñado a ser padres, es más, tenemos padres sin que nadie nos haya dicho cómo ser un buen hijo. Hablamos el idioma español y en vez de decir “para” decimos “pa”;  y en lugar de decir “viste” decimos “vistes”. Y para escribir nos tomamos aun mas libertades, y no hacen falta aquí ejemplos pues los conocemos y de sobra. Y tantas otras actividades que forman parte de nuestra vida cotidiana, y que simplemente las hacemos por el placer de hacerlas; aunque no seamos los mejores amantes, o no?
     Me pregunto entonces, ¿Por qué no entendemos que el otro canta por el placer de hacerlo? ¿Por qué no admiramos su habilidad para soltarse y dejarse llevar por lo que siente? Pero no, claro, es mucho más fácil sentarse a juzgar y criticar; a pensar “¿por qué no se dará cuenta éste o aquel, que están haciendo las cosas mal?” Pretendemos cambiar al otro pero no somos capaces de mirarnos para comprender cuánto tenemos que cambiar nosotros mismos. Pero claro, en nuestra cabeza somos perfectos, hacemos todo bien; los que están mal son los otros. Y así vamos, dejándonos enceguecer por nuestra propia cabeza. Porque así se rige nuestra vida, por la mente. Creemos que el centro de nuestro propio universo está en nuestra mente, pero esto es un error, porque el sol de nuestro universo es nuestro corazón. Pero al dejamos guiar por nuestra mente, es cuando surge la desconexión entre la mente y el corazón; y ahí aparece el ego, el    corazón se aburre, y sobreviene la enfermedad.
     Lo  bueno es que la decisión de empezar a escuchar a nuestro corazón, antes que intervenga la cabeza, es nuestra, es tuya. ¿Qué vamos a decidir entonces? ¿Vamos a continuar escuchando a nuestra mente, o vamos a empezar a prestarle más atención a la sabiduría de nuestro corazón?
     Por mi parte ya tengo una decisión tomada…

 

martes, 22 de julio de 2014

El Cambio




     Definitivamente, para solucionar los problemas sociales, hace falta más y mejor educación. Como sociedad civilizada que somos, no podemos permitirnos, en pleno siglo veintiuno, tener en el propio patio de nuestra casa a familias enteras desprovistas de las necesidades más básicas. Algo tenemos que hacer.
     Por lo pronto, y no es poca cosa, nos tomamos el trabajo de clasificar nuestros desperdicios para que a ellos les sea más fácil rescatar las migajas que los ayuden a sobrevivir. Y como si eso fuera poco, también les permitimos acercarse a nuestras iglesias y centros de caridad para que puedan manotear algunas de las ropas que nosotros mismos dejamos allí, porque ya no tenemos lugar en nuestros roperos para amontonar las prendas nuevas que vamos adquiriendo.
     Pero al parecer nuestra decencia y bondad, incluso nuestra más sagrada misericordia, no son suficientes para que ellos tengan una vida medianamente digna. ¡Acá hace falta educación! Y para eso necesitamos (y por suerte ahora los hay) gobiernos que se ocupen más seriamente de esta gente; alguien que los contenga, los controle, los eduque. Así, de esa manera, vamos a poder incluirlos de a poco en nuestra sociedad; o quizá, mejor aún, ellos mismos puedan erigir su propia sociedad que se asemeje a la nuestra y así todos vamos a poder vivir en paz. Porque como viene la mano, con esta gente en esas condiciones, no hay quien duerma tranquilo en esta ciudad. De manera que, insisto, hay que educarlos para que adquieran las bases y condiciones necesarias para ingresar a nuestra civilización. Necesitan aprender a comportarse, aprender a convivir, a respetar al prójimo, a no tomar lo que no les pertenece. Deben aprender a controlarse, a ubicarse y a desenvolverse normalmente en una sociedad civilizada. Además, claro, de la formación institucional tal y como la conocemos; es decir, esa socialización que necesitan estos individuos, para que asimilen y aprendan los conocimientos que impliquen una concienciación cultural y conductual acorde a los modos de ser de toda sociedad civilizada. Y debemos hacer especial enfoque en los niños, que son los que tienen la mayor posibilidad de salvarse e insertarse en nuestra sociedad, siempre y cuando reciban dicha educación que fomente el proceso de estructuración del pensamiento y de las formas de expresión, para estimular así la integración y la convivencia grupal.
     Y así, en algún momento, podremos tener la vida digna y tranquila que nos merecemos.

¡BASTA!

Como dijo Calle 13 “..si quieres cambio verdadero, pues, camina distinto..”


     ¿Hasta cuándo nos vamos a fumar el camino flechado en dirección Norte? Demos vuelta el mapa patas arriba y empecemos a caminar en dirección al Sur, que quizá descubramos la otra cara de la moneda.
     Hace más de veinte años que vengo escuchando el mismo discurso acerca de la educación, pero ahora me pregunto:
¿Quién dijo que los únicos que necesitan educación son los excluidos y olvidados? ¿Qué hay de los supuestamente bien educados?
     Tal vez sean ellos quienes más necesiten ser re-educados. Para que aprendan a tolerar, para que aprendan a incluir, a respetar a todos y todas; para que empiecen a comprender. Porque evidentemente necesitan comprender que el problema no radica en los marginados; ellos son el resultado que arroja el problema. Y dicho problema está instalado en las mentes de quienes se creen más y mejores que el resto; ellos que se creen los únicos dignos de ser, de estar, de pertenecer.
     Entonces, deberíamos plantearnos nuevas propuestas de solución, y empezar a educar a estas minorías que pretenden adiestrar al resto, sin darse cuenta que ellos mismos fueron adiestrados por el capitalismo más voraz, por el ego mas altanero.
Pero claro, estamos acostumbrados a hacer todo como siempre se ha hecho, y tenemos miedo de cambiar, no vaya a ser cosa que nos demos cuenta que estábamos equivocados, que estábamos viviendo una mentira. Humildemente creo que el precio que hay que pagar para ver la otra cara de la moneda, es infinitamente inferior al precio que estamos pagando por vivir con los ojos vendados.
     Debemos tener en cuenta, para finalizar, que el cambio empieza por uno mismo, sigue por casa, se expande en las aulas, y se ve reflejado en la sociedad.

lunes, 21 de julio de 2014

Tra(d)iciones


     Acostumbrados estamos, claro está, a reafirmar consciente o inconscientemente, las tradiciones. Porque ¿cómo se ceba un buen mate si no es con espuma y sin derribar montañita alguna? ¿O habrá tradición familiar más cálida que salir de pesca con mi viejo y el abuelo? Por eso mismo yo saldré a pescar con mis hijos y mis nietos (o peor aún, a cazar).
Tradición picarona aquella parvada de niños con sus ondas cazando pajaritos. Y otras no tanto, como la clásica tradición de “mientras vivas bajo mi techo, vas a hacer lo que yo te ordene” aunque eso no te haga feliz, me va a hacer feliz a mí.
     Ah no, pero las tradiciones que si o si hay que conservar, y gracias al cielo que aun existen gauchos de los buenos, son las domas y jineteadas, entre otros espectáculos (si se los puede calificar como tal) que se brindan en las fiestas criollas. Imponentes caballos mostrando toda su bravura, al ser azuzados por las espuelas por supuesto.
     Pobres pingos, tan maltratados por quienes intentan mantener vivas nuestras raíces. Cuánto mejor cuidados están los caballos de carrera en sus establos, ¿verdad? Puaj! Eso ya pasa de tradición y es meramente un negocio, con esos animales de músculos de acero logrados a base de inyecciones, y exigidos físicamente hasta el agotamiento, con el fin de saquearles los bolsillos a las damas y caballeros más distinguidos.
     Pero si de nivel hablamos, no nos quedemos en las tradiciones sudamericanas, por favor, que no son más que símbolos de barbarie ya casi extintos. Mejor vayamos hasta Europa, ahí se respiran aires de primer nivel y pueden apreciarse tradiciones de las más respetables; como la famosa corrida de toros, o la espectacular tauromaquia. Acá si, doblemente puaj!
     Pero no toda tradición es tan repugnante, las hay bellas y tiernas también, como la de formar una familia y que llegue el primer bebé. Si estamos en Argentina, esa criatura llevará el apellido del padre ¡por supuesto! Pero si estamos en Uruguay, el bebé llevará primero el apellido paterno, y luego el materno; porque en tierras charrúas se acuerdan cada tanto de la mujer. Y de Brasil ni acordarse, porque allá los niños llevan primero el apellido de la madre ¡qué horror! ¿Dónde se ha visto que el padre pierda el poder sobre sus hijos en esa forma? Porque ¿Qué ha hecho la mujer para que sus hijos lleven primero su apellido? Si es el hombre el que las fertiliza y les da la posibilidad de ser madres. Ellas tan solo lo llevan dentro suyo durante cuarenta semanas, y dan a luz, y los alimentan durante los primeros años de vida… Pero los hijos son propiedad del macho y por tanto deben de llevar su apellido, eso siempre y cuando al padre no se le haya dado por desaparecer y nunca más volver.
De igual forma siempre es importante mantener vivas las tradiciones, o así lo dicen al menos las familias más conservadoras, acostumbradas generación tras generación a votar al mismo partido y alentar al mismo equipo cada domingo. Y pobre de aquel miembro de la familia que ose romper con dichas tradiciones, porque será expulsado del clan!
Claro, las tradiciones no nos permiten salirnos de lo preestablecido, de lo ya conocido. Nos impiden zafar del “esto es así porque siempre ha sido así”. De manera que si alguien te convida un mate “lavado”, uno puede rechazarlo con total soltura porque un mate en dichas condiciones, es un mate “mal cebado”. ¿Perdón? Mal cebado para usted señora! A mí me gusta así, lavado y frío, y sin bombilla! ¿O desde cuándo uno no puede tomar el mate sin bombilla? Ah sí, claro, desde que la tradición dictaminó que el mate se toma con bombilla. Perdón, no vuelvo a pretender salirme de mis límites impuestos por la sociedad.

Así funciona, así funcionamos..

Entonces, más allá de todo lo positivo que tienen muchas tradiciones, ¿no son éstas, en algún punto, meros encapsulamientos de las mentes, para que no pensemos por nuestra propia voluntad? Porque la tradición es justamente eso, algo que siempre se ha hecho de una forma determinada, y que perdura en el tiempo porque las generaciones las aceptan y las reproducen mecánicamente, automáticamente; sin cuestionamiento alguno.
Y a mí me gusta cuestionar, entonces me pregunto ¿son tradiciones? ¿O serán traiciones?
Traiciones a nuestro intelecto, a nuestra libertad de pensamiento, de acción, de expresión. Es decir, ¿las tradiciones no serán traiciones a nuestra propia naturaleza de homo sapiens?