Acostumbrados estamos, claro está, a
reafirmar consciente o inconscientemente, las tradiciones. Porque ¿cómo se ceba
un buen mate si no es con espuma y sin derribar montañita alguna? ¿O habrá
tradición familiar más cálida que salir de pesca con mi viejo y el abuelo? Por
eso mismo yo saldré a pescar con mis hijos y mis nietos (o peor aún, a cazar).
Tradición picarona aquella
parvada de niños con sus ondas cazando pajaritos. Y otras no tanto, como la clásica
tradición de “mientras vivas bajo mi techo, vas a hacer lo que yo te ordene”
aunque eso no te haga feliz, me va a hacer feliz a mí.
Ah no, pero las tradiciones que si o si
hay que conservar, y gracias al cielo que aun existen gauchos de los buenos,
son las domas y jineteadas, entre otros espectáculos (si se los puede calificar
como tal) que se brindan en las fiestas criollas. Imponentes caballos mostrando
toda su bravura, al ser azuzados por las espuelas por supuesto.
Pobres pingos, tan maltratados por quienes
intentan mantener vivas nuestras raíces. Cuánto mejor cuidados están los
caballos de carrera en sus establos, ¿verdad? Puaj! Eso ya pasa de tradición y
es meramente un negocio, con esos animales de músculos de acero logrados a base
de inyecciones, y exigidos físicamente hasta el agotamiento, con el fin de saquearles
los bolsillos a las damas y caballeros más distinguidos.
Pero si de nivel hablamos, no nos quedemos
en las tradiciones sudamericanas, por favor, que no son más que símbolos de
barbarie ya casi extintos. Mejor vayamos hasta Europa, ahí se respiran aires de
primer nivel y pueden apreciarse tradiciones de las más respetables; como la
famosa corrida de toros, o la espectacular tauromaquia. Acá si, doblemente
puaj!
Pero no toda tradición es tan repugnante,
las hay bellas y tiernas también, como la de formar una familia y que llegue el
primer bebé. Si estamos en Argentina, esa criatura llevará el apellido del
padre ¡por supuesto! Pero si estamos en Uruguay, el bebé llevará primero el
apellido paterno, y luego el materno; porque en tierras charrúas se acuerdan
cada tanto de la mujer. Y de Brasil ni acordarse, porque allá los niños llevan
primero el apellido de la madre ¡qué horror! ¿Dónde se ha visto que el padre
pierda el poder sobre sus hijos en esa forma? Porque ¿Qué ha hecho la mujer
para que sus hijos lleven primero su apellido? Si es el hombre el que las
fertiliza y les da la posibilidad de ser madres. Ellas tan solo lo llevan
dentro suyo durante cuarenta semanas, y dan a luz, y los alimentan durante los
primeros años de vida… Pero los hijos son propiedad del macho y por tanto deben
de llevar su apellido, eso siempre y cuando al padre no se le haya dado por
desaparecer y nunca más volver.
De igual forma siempre es importante mantener vivas las
tradiciones, o así lo dicen al menos las familias más conservadoras,
acostumbradas generación tras generación a votar al mismo partido y alentar al
mismo equipo cada domingo. Y pobre de aquel miembro de la familia que ose
romper con dichas tradiciones, porque será expulsado del clan!
Claro, las tradiciones no nos permiten salirnos de lo preestablecido,
de lo ya conocido. Nos impiden zafar del “esto es así porque siempre ha sido así”.
De manera que si alguien te convida un mate “lavado”, uno puede rechazarlo con
total soltura porque un mate en dichas condiciones, es un mate “mal cebado”. ¿Perdón?
Mal cebado para usted señora! A mí me gusta así, lavado y frío, y sin bombilla!
¿O desde cuándo uno no puede tomar el mate sin bombilla? Ah sí, claro, desde
que la tradición dictaminó que el mate se toma con bombilla. Perdón, no vuelvo
a pretender salirme de mis límites impuestos por la sociedad.
Así funciona, así funcionamos..
Entonces, más allá de todo lo positivo que tienen muchas
tradiciones, ¿no son éstas, en algún punto, meros encapsulamientos de las mentes,
para que no pensemos por nuestra propia voluntad? Porque la tradición es
justamente eso, algo que siempre se ha hecho de una forma determinada, y que
perdura en el tiempo porque las generaciones las aceptan y las reproducen mecánicamente,
automáticamente; sin cuestionamiento alguno.
Y a mí me gusta cuestionar, entonces me pregunto ¿son
tradiciones? ¿O serán traiciones?
Traiciones a nuestro intelecto, a nuestra libertad de
pensamiento, de acción, de expresión. Es decir, ¿las tradiciones no serán traiciones
a nuestra propia naturaleza de homo sapiens?
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