lunes, 21 de julio de 2014

Tra(d)iciones


     Acostumbrados estamos, claro está, a reafirmar consciente o inconscientemente, las tradiciones. Porque ¿cómo se ceba un buen mate si no es con espuma y sin derribar montañita alguna? ¿O habrá tradición familiar más cálida que salir de pesca con mi viejo y el abuelo? Por eso mismo yo saldré a pescar con mis hijos y mis nietos (o peor aún, a cazar).
Tradición picarona aquella parvada de niños con sus ondas cazando pajaritos. Y otras no tanto, como la clásica tradición de “mientras vivas bajo mi techo, vas a hacer lo que yo te ordene” aunque eso no te haga feliz, me va a hacer feliz a mí.
     Ah no, pero las tradiciones que si o si hay que conservar, y gracias al cielo que aun existen gauchos de los buenos, son las domas y jineteadas, entre otros espectáculos (si se los puede calificar como tal) que se brindan en las fiestas criollas. Imponentes caballos mostrando toda su bravura, al ser azuzados por las espuelas por supuesto.
     Pobres pingos, tan maltratados por quienes intentan mantener vivas nuestras raíces. Cuánto mejor cuidados están los caballos de carrera en sus establos, ¿verdad? Puaj! Eso ya pasa de tradición y es meramente un negocio, con esos animales de músculos de acero logrados a base de inyecciones, y exigidos físicamente hasta el agotamiento, con el fin de saquearles los bolsillos a las damas y caballeros más distinguidos.
     Pero si de nivel hablamos, no nos quedemos en las tradiciones sudamericanas, por favor, que no son más que símbolos de barbarie ya casi extintos. Mejor vayamos hasta Europa, ahí se respiran aires de primer nivel y pueden apreciarse tradiciones de las más respetables; como la famosa corrida de toros, o la espectacular tauromaquia. Acá si, doblemente puaj!
     Pero no toda tradición es tan repugnante, las hay bellas y tiernas también, como la de formar una familia y que llegue el primer bebé. Si estamos en Argentina, esa criatura llevará el apellido del padre ¡por supuesto! Pero si estamos en Uruguay, el bebé llevará primero el apellido paterno, y luego el materno; porque en tierras charrúas se acuerdan cada tanto de la mujer. Y de Brasil ni acordarse, porque allá los niños llevan primero el apellido de la madre ¡qué horror! ¿Dónde se ha visto que el padre pierda el poder sobre sus hijos en esa forma? Porque ¿Qué ha hecho la mujer para que sus hijos lleven primero su apellido? Si es el hombre el que las fertiliza y les da la posibilidad de ser madres. Ellas tan solo lo llevan dentro suyo durante cuarenta semanas, y dan a luz, y los alimentan durante los primeros años de vida… Pero los hijos son propiedad del macho y por tanto deben de llevar su apellido, eso siempre y cuando al padre no se le haya dado por desaparecer y nunca más volver.
De igual forma siempre es importante mantener vivas las tradiciones, o así lo dicen al menos las familias más conservadoras, acostumbradas generación tras generación a votar al mismo partido y alentar al mismo equipo cada domingo. Y pobre de aquel miembro de la familia que ose romper con dichas tradiciones, porque será expulsado del clan!
Claro, las tradiciones no nos permiten salirnos de lo preestablecido, de lo ya conocido. Nos impiden zafar del “esto es así porque siempre ha sido así”. De manera que si alguien te convida un mate “lavado”, uno puede rechazarlo con total soltura porque un mate en dichas condiciones, es un mate “mal cebado”. ¿Perdón? Mal cebado para usted señora! A mí me gusta así, lavado y frío, y sin bombilla! ¿O desde cuándo uno no puede tomar el mate sin bombilla? Ah sí, claro, desde que la tradición dictaminó que el mate se toma con bombilla. Perdón, no vuelvo a pretender salirme de mis límites impuestos por la sociedad.

Así funciona, así funcionamos..

Entonces, más allá de todo lo positivo que tienen muchas tradiciones, ¿no son éstas, en algún punto, meros encapsulamientos de las mentes, para que no pensemos por nuestra propia voluntad? Porque la tradición es justamente eso, algo que siempre se ha hecho de una forma determinada, y que perdura en el tiempo porque las generaciones las aceptan y las reproducen mecánicamente, automáticamente; sin cuestionamiento alguno.
Y a mí me gusta cuestionar, entonces me pregunto ¿son tradiciones? ¿O serán traiciones?
Traiciones a nuestro intelecto, a nuestra libertad de pensamiento, de acción, de expresión. Es decir, ¿las tradiciones no serán traiciones a nuestra propia naturaleza de homo sapiens?

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