sábado, 7 de febrero de 2015

A imagen y semejanza



    La ciencia ha demostrado que nuestro cuerpo se encuentra en constante cambio, que diariamente mueren algunas células y otras van naciendo y ocupando su lugar. De ahí se desprende el dicho de que el rostro que viste esta mañana en el espejo, no es el mismo que viste ayer, ni el mismo que verás mañana; esto justamente debido a la constante renovación de células en nuestro cuerpo.
Ahora bien, si tomamos en cuenta que hemos sido creados a imagen y semejanza, uno no puede por menos que pensar que nuestro Creador también está sujeto a constantes cambios y variaciones. O de lo contrario, es mentira eso de que nuestro cuerpo sufre modificaciones constantes. Pero esto último no puede ser cierto, ya que si bien no lo notamos en el día a día, comprobado es por todos nosotros que, a lapsos mayores de tiempo, evidente se hace el cambio que sufre nuestro cuerpo. De hecho no cabe duda alguna al respecto.
Entonces bien, por descarte podría afirmarse aquí que, evidentemente, nuestro Creador ha de sufrir iguales cambios que nosotros. Pero cómo es posible la Fuente de la Creación sea tan inestable y variable como lo es nuestro cuerpo. Esa Fuente Eterna e Inmutable, cómo pudo habernos creado tan vulnerables.
Es notorio entonces que, o bien no hemos sido creados a imagen y semejanza de nuestro Creador, o bien aquí hay gato encerrado. Digo esto porque poner en duda a la Creación es una idea tan descabellada que no cabe en mi mente, pero el lector es libre de cuestionarlo si así lo cree pertinente.

De la premisa de que no es siquiera cuestionable la Fuente de la Creación, se deriva que no hay duda alguna de que hemos sido creados a imagen y semejanza de dicha Fuente, por tanto somos eternos e inmutables. Dicho esto, no cabe duda alguna entonces de que aquí hay gato encerrado.
Por qué, entonces, nuestro cuerpo se encuentra sujeto al inevitable desgaste causado por el paso del tiempo. Dónde se encuentra aquí lo eterno e inmutable, esa incuestionable semejanza con nuestro Creador. Claramente, tras el gato encerrado. Ahí está la clave en este asunto, la verdad escondida tras la mentira que elegimos creernos; porque ciertamente estamos dando en el clavo cuando decimos, NO SOY ESTE CUERPO.

Es cierto, es mi cuerpo, es tu cuerpo. Pero cuando al día siguiente de que decidiste empezar el gimnasio, le comentas a tu pareja “me duele todo el cuerpo”, estas implícitamente reconociendo que no sos tu cuerpo, porque sino dirías algo así como “me duele todo yo” o “me estoy doliendo todo”. Pero no, no te duele lo que sos, te duele tu cuerpo, y repito, no sos tu cuerpo.

O qué hay de aquellas personas que, muy acertadamente por cierto, sentencian con firmeza “lo que yo soy no se define por mi cuerpo” o “el cuerpo es solo lo de afuera, lo que importa es lo de adentro” y frases semejantes. Sin darse cuenta están reconociendo que el cuerpo no los define, ya que el cuerpo es limitado y finito; y aquello que en verdad sos, tu ser, tu alma, tu espíritu, como mas te guste llamarlo; eso que en verdad sos, es completamente ilimitado e infinito, exactamente como lo es la Fuente de la cual provenimos.

Pero bien, esto es algo que aunque cueste reconocerlo, o siquiera analizarlo, muchas personas lo creen más o menos así, detalle más detalle menos. Pero los detalles no carecen de importancia aquí, puesto que la inmensa mayoría de seres humanos, por no decir todos, caen en la trampa de creer que si bien no son solo un cuerpo, son entonces aquello que piensan que son. Es decir, creen que son sus pensamientos. Piensan que aquello que piensan es justamente lo que los define. Creen que eso que piensan es su realidad.

Pero si uno fuera ciertamente honesto consigo mismo y se pusiera a analizar de pleno cada uno de sus pensamientos, y cómo éstos funcionan y cómo están programados, no tardaría en reconocer que dichos pensamientos provienen de una mente que está en conflicto consigo misma. Esa misma mente que duda acerca de si sos o no sos tu cuerpo. Esa misma mente que está llena de dudas y preguntas, a las cuales responde con pensamientos que tan solo dejan otra duda u otra pregunta sin contestar. Esa mente que te habla con una voz insistente y constante que no se calla jamás, que te taladra el oído diciéndote qué sos y qué no sos, cómo sos y cómo no sos, cuándo sos vos y cuándo no sos vos, cómo te gustaría ser y cómo deberías ser, y así constantemente te va gritando una frase tras otra al oído a lo largo de tu vida, sin cesar. Te carcome la cabeza con dudas y preguntas que responde con más dudas y más preguntas. Una mentira tras otra mentira, engaño tras engaño durante toda tu vida. Y tan en conflicto está tu mente, que ciertamente crees que esa voz que te habla es tu realidad, es lo que sos vos en realidad. Crees que es la voz de tu conciencia que te dice a cada instante qué pensar, cómo pensar, y por tanto, qué sentir y cómo actuar.

Pero esa voz que retumba en tu cabeza todo el tiempo, es el ego. No es tu ego, ni mi ego. Es el ego, el único que existe. Eso que se conoce como subconsciente colectivo.
Por tanto es algo que todos conocemos bien, pero que pocos nos atrevemos a observarlo de frente, a analizarlo a fondo y reconocer cómo funciona.  
Estar atento al ego, a su funcionamiento, a sus juegos y sus trampas, es extremadamente necesario para poder ver más allá de esa nube de conflictos mentales, y descubrir la verdad que aguarda pacientemente a que la veamos. Porque eso que en verdad somos está siendo obstruido de nuestra visión por causa del ego, de ese alquitranoso sistema de pasamientos que ha convertido nuestra mente en un laberinto de confusiones que parece no tener salida. Y ciertamente no la tiene mientras sigas cayendo en la trampa de pensar a través del ego y creer en todo lo que has creído hasta ahora.

Pero hay salida, claro, todo laberinto la tiene. Y la escapatoria a este que parece gobernar nuestra mente, es justamente analizarlo en profundidad para poder trasponer sus límites y llegar así a la verdad. Lo cual no es ni más ni menos que abandonar la oscuridad, llegar a la penumbra de los límites de nuestra mente y ahí por fin trascender hacia la luz.

En última instancia, esto que aquí pretendo explicar es algo que justamente no se puede entender con solo leerlo y darle vueltas en la cabeza porque ahí estarías cayendo nuevamente en la trampa del ego, no te olvides que todos tus pensamientos provienen de tu mente en conflicto. De manera que el único entendimiento posible tiene cabida mediante la experiencia. Porque ciertamente el camino de desmontar al ego, este camino de abandonar las tinieblas para llegar a la luz de la verdad, es un camino experimental. Es decir, el entendimiento solo te llegará mediante la experiencia, de lo contrario seguirás vagando entre las dudas, el miedo y el sufrimiento a los que el ego te tiene acostumbrado. Y es también mediante la experiencia, a raíz de alcanzar el entendimiento (lo cual es algo así como la antesala del verdadero conocimiento) que se comprende que el cuerpo no es un fin, sino que es meramente un medio, y que por tanto su utilidad está en función del propósito que uno le asigne. De hecho, mediante la experiencia uno le otorga otro propósito al mundo en su totalidad. Y ese propósito varía según lo que uno desee, mas encaminarse en este sendero que te lleva hacia la luz, te hará reconocer que tu único propósito es alcanzar la verdadera Paz, ya que la luz, así como la paz, forman parte de tu ser, de lo que en verdad sos.
¿Qué se necesita para comenzar a andar este camino entonces? Tan solo tu voluntad. Con solo decidirlo ya estarás dando el primer paso, y el desenlace es inevitablemente en paz.

Para finalizar me gustaría compartir el siguiente enlace, ya que la única manera que conozco de alcanzar la experiencia, es mediante la meditación.

http://cuestionandoverdades.blogspot.com/2015/01/que-es-meditar.html 

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