Me emociono al reconocer lo pequeño que
soy, lo minúsculos que somos nosotros, los seres humanos. Con total soltura y
descaro nos despachamos orgullosos frente a nuestros pares para demostrarles
que somos una raza superior, y ustedes ahí abajo son inferiores a mí, por
supuesto, que soy el inventor de esto o aquello. ¡No inventamos nada señores!
Estaban ahí, en el suelo, en la tierra, el hierro y el cobre que nosotros
simplemente fundimos entre sí para dar lugar a la llegada del acero. Vaya invento
del ser humano, aplicó plusvalía. Repito, ¡no creamos nada señores! Nos
adaptamos y evolucionamos de manera verdaderamente asombrosa, es cierto, pero
no somos lo superiores que creemos ser. Porque no comprendemos, claro; me rehúso
a admitir que el de al lado es igual a mí, que es como yo, es un poco yo… y yo
soy un poco él, y ambos somos un poco vos. Porque todos venimos del mismo
lugar, tenemos internamente la misma energía, esa que está en todo y en todos.
Porque los animales y las plantas provienen también de la misma fuente, porque
sabido es que nuestro ADN coincide en un punto con el ADN del gusano. Y no lo
vemos, no lo queremos ver. No queremos comprender. Ah, porque el día que comprendamos…
No tengo nada en contra de nadie, y a
todos y todas respeto y abrazo; pero ¿qué me vienen a hablar de revolución?
Revolucionarnos, revelarnos, ¿frente a quién? ¿Pelearnos contra quiénes? ¿Apoyar
a cuáles otros? ¿Eso es revolución? Eso no es revolución, eso es matarse los
unos a los otros. Es esa misma mecánica la que nos puso un techo y no nos
permite seguir evolucionando. No hay que revelarse, hay que abrazarse. La clave
no es revolución, la palabra es evolución. Porque revolución sería comprender y
luego decidir. Comprender lo minúsculo
que somos, comprender la inmensidad del universo, lo mucho que tenemos por
aprender. Y luego decidir dejar de ser.
Deberíamos comenzar por aprender a amarnos plenamente, porque sólo desde ese
lugar es que podemos amar a todos y todas, a todas las cosas, al mundo en su
conjunto con todo lo que contiene, al vasto universo, por igual. Eso señores y
señoras es la verdadera revolución, la interna, la que nos permite crecer desde
adentro y ¡qué carajo! Ahí no vamos a tener que elegir por un color distinto
cada cuatro años, ¡que mierda! Porque mentira que no se puede, sí que se puede,
pero tenemos miedo. Y tenemos miedo porque nos falta tener más amor. Porque al
final de cuentas, los cuatro pibes de Liverpool tenían razón, la palabra, es AMOR.
Say the word and you'll be free.
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